Quiero perderme desde los albores de toda discusión, quiero ser una vez más el silencio que ronda los secretos obligados a ser olvidados, quiero de una vez ser quien no tenga que encender cada mañana el piloto automático, si pudiera en un instante cambiar de nombre y dejar la sangre corroída del hombre, sería el asesino o sería yo el héroe traficando con la confianza, sería la mentira de una boca adolescente, la línea que separa a Dios de mi mente, en su cama el soldado que ama, partiendo a la guerra, en busca del amor primero, y su causa última que lo mantiene sin miedo, pagando las deudas a un Dios que juega a los dados.
Soy de la estirpe de los besos hasta la muerte, soy una vez más el paso cansado de la verdad, fui la emoción de un sol ya consumido, y así vivo ahora con treinta o cincuenta monedas, soy del amor simple, de las huídas silenciosas, soy sin repeticiones, de una única vez, del poco entender tras lo cotidianamente irracional, pero de entrega para quien en la sonrisa me da el alma, desespero sin gritar, vuelo aún sin mis alas, respiro lento y caigo de pie siempre, esperando en la estación aquel tren de cada Siete, para dejar atrás mi disfraz de bufón, de su juguete, y con estos ojos de vidrio reventar!!!
Ahora que hablé de quien muere sobre su ideal, es preciso aclarar que le temo a buscar en otra gente, lo que yo no doy, buscar el idiota “sueño americano”, el importar tierra del futuro[*] para descansar, por que hay que decir que hay que morir, para luego vivir, y ante mi puerta toda palabra que entre será para golpear todo uniforme de asesino, y llevar en el corazón tiempo para no olvidar las bitácoras ya guardadas en los caminos que en el cielo inquieto y nocturno cual constelación se conservan, hasta Siete hay que marchar